Sábado, 3 Mayo 2003. Xavier Batalla
Punto y aparte, pero no punto final, después de 43 días de conflicto en Iraq. El presidente George W. Bush proclamó oficialmente ayer, mientras Tony Blair sufría un voto de castigo preventivo, el final de la guerra en lo que se
refiere a “las principales operaciones de combate”. Es decir, el conflicto, que para muchos ha sido ilegal, aún no ha terminado legalmente para la Administración Bush, ya que esto supondría la liberación de los prisioneros y un respiro para Saddam Hussein y los naipes de la baraja que no están cautivos ni desarmados, al menos en lo concerniente al armamento de destrucción masiva.
El balance de 43 días de combates es todavía incompleto, aunque algunos de sus números son significativos. Políticamente, el conflicto le ha costado al primer aliado incondicional de Washington, Tony Blair, un revés en las elecciones locales del jueves, en las que ha perdido una treintena de alcaldías, entre ellas la de Birmingham; pero el retroceso laborista no ha sido una debacle. Y a la Administración Bush le habría salido la operación mucho más barata de lo previsto inicialmente (unos 100.000 millones de dólares). El contralor del Pentágono, Dov Zakheim, ha afirmado que el coste de las principales operaciones de combate ha supuesto unos 10.000 millones, a los que hay que añadir los gastos de personal (7.000 millones) y la inversión hecha en municiones (3.000 millones). Es decir, la factura de la guerra ha supuesto de momento un gasto de 20.000 millones para Estados Unidos. El conflicto de la posguerra, según el Pentágono, exigirá a partir de ahora unos 2.000 millones de dólares mensualmente.
El balance de las víctimas es harina de otro costal. En contraste con la precisa contabilidad de las bajas estadounidenses y británicas, el número de víctimas iraquíes, militares y civiles, es sólo aproximado, y tal vez no lo sea demasiado. La coalición ha sufrido 156 muertos (125 estadounidenses y 31 británicos), a los que hay que añadir tres soldados norteamericanos dados por desaparecidos. En lo que respecta al bando iraquí, los números son muy distintos y, además, no cuadran. Desde la guerra de Vietnam, cuando el mando militar estadounidense fue acusado de multiplicar las bajas del enemigo, el Pentágono no se ha caracterizado por llevar al día las cuentas del bando contrario. No obstante, el pasado 9 de abril, cuando la estatua de Saddam Hussein cayó de su pedestal en el centro de Bagdad, fuentes estadounidenses informaron de la muerte de 2.320 soldados iraquíes y de la captura de otros 9.000. En cuanto a la población civil, fuentes iraquíes las cifraron el 3 de abril en 1.252 muertos y 5.103 heridos. Desde entonces el ministro de Información, el irrepetible Mohamed Al Sahaf, no ha dado señales de vida, aunque podría seguir teniendo futuro, ya que no se le ha incluido en la baraja de buscados.
La agencia Associated Press afirmó el pasado 17 de abril, citando fuentes militares estadounidenses, que entre 2.000 y 3.000 soldados iraquíes habían muerto sólo en el primer ataque contra Bagdad. Esta cifra, así como las suministradas anteriormente, es de difícil certificación, pero sobre todo suscita un interrogante.
En la víspera del conflicto, fuentes oficiales estadounidenses estimaron que las tropas de Saddam Hussein rondaban los 400.000 efectivos, incluidos los de la Guardia Republicana. Y las mismas fuentes también calcularon que los reservistas iraquíes sumaban 650.000 y que los paramilitares eran unos 60.000.En total, pues, se dijo que los combatientes aparentemente leales a Saddam Hussein superaban la cifra del millón. El mando central estadounidense, con sede en Qatar, ha afirmado posteriormente que unos 7.000 soldados iraquíes han sido capturados y que otros tantos desertaron. Por lo tanto, si a estos 14.000 les sumamos los que se dan por muertos, resulta que el número de combatientes iraquíes que ha desaparecido por ensalmo, como Saddam Hussein, es de los que pueden hacer historia.