LA NUEVA AGENDA
XAVIER BATALLA
SÁBADO, 8 DICIEMBRE 2007
Un abecé para Bush
Ninguna otra potencia supera a Estados Unidos en esfuerzos diplomáticos en Oriente Medio. La diplomacia estadounidense, cuyas iniciativas en la región se corresponden con sus grandes intereses, comenzó a moverse a partir de la Segunda Guerra Mundial, cuando tomó el relevo del Reino Unido, y sus esfuerzos se intensificaron con la guerra de 1967, acontecimiento que hizo más evidente su acercamiento a Israel. Los israelíes cambiaron entonces el mapa de Oriente Medio en seis días. Y al séptimo, el mundo comprobó que Israel había ocupado Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este, el Sinaí y el Golán. Pero desde entonces las propuestas estadounidenses han sido inútiles en el conflicto palestino-israelí.
La diplomacia estadounidense se ha anotado éxitos notables en Oriente Medio. Henry Kissinger, secretario de Estado de Richard Nixon y Gerald Ford, logró un acuerdo para separar las tropas después de la guerra del Yom Kippur, en octubre de 1973. El presidente Jimmy Carter y su secretario de Estado, Cyrus Vance, patrocinaron la firma del tratado de paz entre Israel y Egipto, cuyo presidente, Anuar el Sadat, fue el primer árabe en dar este paso, lo que le costó la vida. Y después de la guerra del Golfo (1991), James Baker, secretario de Estado de George Bush padre, subrayó la centralidad de la cuestión palestina en la estabilidad de Oriente Medio y prácticamente arrastró a los dirigentes israelíes hasta la conferencia de paz de Madrid, que fue el principio de un proceso negociador. Pero la diplomacia estadounidense no siempre ha salido por la puerta grande de Oriente Medio. El acuerdo suscrito en Camp David debería haber conducido, según lo establecido por Sadat y Begin, hasta una autonomía palestina en Gaza y Cisjordania, pero este compromiso cayó en el olvido. Y Washington también fracasó cuando medió entre Israel y Líbano, que en 1982 fue invadido por el ejército israelí.
George W. Bush no se ha esforzado como sus predecesores. Los primeros pasos de Bush en política exterior se resumieron acertadamente en la fórmula ABC (“Anything But Clinton”, cualquier cosa menos Clinton). Y eso ha sido particularmente cierto en el conflicto palestino-israelí, donde Bush consideró que Clinton se había involucrado inútilmente en un conflicto que es crónico, como el reuma. Pero después de siete años de brazos cruzados, Bush parece ahora seguir los pasos de su padre y de Clinton. La prueba es la conferencia de Annapolis, en la que israelíes y palestinos se han comprometido a encontrar la paz en el plazo de un año.
Annapolis, sin embargo, no es Madrid. Hace dieciséis años, la conferencia de paz surgió de la victoria sobre Sadam Husein; Annapolis procede del fracaso de una estrategia temeraria. En cualquier caso, todo está aún por hacer. Y la fuente de inspiración pueden ser los parámetros de Clinton. En el verano del 2000, en Camp David, Clinton se reunió con Arafat y Barak, el primer ministro laborista israelí que derrotó a Netanyahu, con el propósito de alcanzar un acuerdo de paz. Y el abecé que propuso Clinton fue el siguiente. Jerusalén: los barrios árabes de Jerusalén Este serían transferidos a los palestinos, mientras que los controlados por los israelíes pasarían a ser de plena soberanía israelí. La explanada de las Mezquitas estaría en manos palestinas, pero los israelíes controlarían la zona subterránea, donde se cree que se encuentran los restos del templo del rey David. Refugiados: Israel no reconocería el derecho al retorno de los refugiados palestinos que fueron obligados a abandonar sus tierras en 1948 y 1967, pero se comprometería a recibir un número simbólico; para el resto se discutirían algunas compensaciones económicas. Fronteras y asentamientos: las fronteras del Estado palestino serían las existentes con anterioridad a la guerra de 1967, pero podría considerarse una serie de “modificaciones menores” de acuerdo con los intereses de Israel.
¿Qué puede aprender Bush de todo esto? La paz nunca estuvo tan al alcance de la mano como en Camp David, pero los negociadores fracasaron. El fracaso se debió básicamente a los refugiados palestinos, cuestión que Israel se negó a tratar. Pero hubo algo más. Israel ofreció el 91% de Cisjordania y el 100% de Gaza, lo que significa que se anexionaba el 9%, aunque en realidad la anexión era mayor (el 15%), ya que Jerusalén quedó excluida de la negociación. Israel nunca había ofrecido tanto, pero en Taba, meses después, aumentó su oferta, por lo que Camp David era mejorable. El error de Clinton hace siete años fue intentar resolver todo en tres días y sin el consenso árabe. Bush se ha fijado un año y ha reunido en Annapolis a casi todos los árabes. Pero si alguna vez se firma un acuerdo, este no será muy distinto del abecé de Clinton, algo que Bush ha tardado siete años en aprender.
Artículo completo: LVG20071208 Un abecé para Bush