La Segunda Guerra Mundial terminó en Europa 8 de mayo de 1945, con el día de la victoria, y en Asia el 2 de septiembre, cuando Japón firmó su rendición incondicional. Pero la guerra aún humea. La guerra terminó con los juicios de Nuremberg y la bomba atómica lanzada sobre Nagasaki un día antes de que Japón aceptara el 14 de agosto rendirse, pero los combates continuaron. Por ejemplo, en la guerra civil griega, que fue una prolongación de la gran guerra, 40.000 soldados británicos aún combatían en 1947.
No es un hecho aislado en la historia. En la Primera Guerra Mundial, que acabó formalmente a las 11 horas del día 11 del mes 11 de 1918, las tropas alemanas siguieron peleando en Polonia hasta 1920, y los soldados británicos hicieron lo mismo en la Unión Soviética. En realidad, la Primera Guerra Mundial, como inicio de una guerra civil europea, no terminó, en el mejor de los casos, hasta 1945, aunque de hecho sólo finalizó con la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética.
Las guerras pueden acabar un día determinado, que es el que se recuerda en los libros de texto, pero sus consecuencias son otra cosa. Las grandes guerras tienen largas colas. Lo que ocurre ahora en Iraq, por ejemplo, comenzó a gestarse con la invención británica del Iraq contemporáneo. El mapa actual de Oriente Medio está íntimamente relacionado con dos fechas cruciales del siglo XX: 1918, cuando la derrota otomana dejó la región en manos de franceses y británicos, que la parcelaron a su antojo, y 1948, año del nacimiento de Israel, que rectificó el dibujo trazado con el tiralíneas colonial europeo. Es más, el estallido de la antigua Yugoslavia es inseparable de la Primera Guerra Mundial, cuando nació.
Con la Segunda Guerra Mundial pasa tres cuartos de lo mismo. La celebración de una conferencia de paz tuvo que esperar hasta 1990, cuando 32 países se pusieron por fin de acuerdo para suscribir una declaración en la que se dice que ya no son enemigos. Pero las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial aún siguen conformando nuestras vidas y las de nuestros vecinos. La derrota del nazismo dio paso a un mundo con dos superpotencias que no tardaron en estar a la greña. Fue la guerra fría, que pervirtió muchos de los conflictos con orígenes propios y los convirtió en frentes del choque ideológico entre democracia y comunismo. No hay acuerdo sobre cuándo comenzó la guerra fría. Los hay que apuntan al plan Marshall, otros señalan a la bomba de Hiroshima, no faltan los que se acuerdan de Potsdam (cuando Truman dijo que tenía la bomba) o de Yalta, y no pocos prefieren remontarse al triunfo de la revolución de octubre, en 1917. Pero lo que está claro es que ha terminado, aunque sus consecuencias continúan afectándonos.
Algunas de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial aún pueden verse en el mapa. La descolonización de India, con una Gran Bretaña agotada, dio paso a la partición del subcontinente, acontecimiento que ha provocado tres guerras entre India y Pakistán. La península de Corea aún sigue dividida, como quedó en 1945 y se confirmó en la guerra de 1950 a 1953, mientras el Norte ya tiene la bomba atómica. El Estado de Israel, cuyo nacimiento es inseparable del holocausto, continúa sin haber encajado en la región. Y chinos y japoneses insisten en tirarse los libros de historia a la cabeza. En Europa, afortunadamente, las consecuencias han sido distintas: el horror de la guerra determinó el nacimiento de lo que hoy es la Unión Europea. Y que dure.