| ANÁLISIS
El proceso de paz palestino-israelí continuará porque no hay otra alternativa. La cuestión es cómo, a qué velocidad y hasta dónde podrá llegar Shimon Peres, el sucesor de Yitzhak Rabin, al frente de una sociedad israelí dividida y ahora traumatizada por el magnicidio.
Peres, decidido partidario de negociar con los árabes, podrá contar a corto plazo con el beneficio de la extraordinaria emoción provocada por el asesinato de Rabin. Los partidos nacionalistas, empezando por el Likud, y los ultrarreligiosos están a la defensiva después de haber sido acusados de desencadenar una campaña de críticas contra el proceso de paz que habría allanado el camino a los terroristas judíos. Pero a largo plazo, el escenario que tiene Peres para 1996 es un campo plagado de minas.
Si Peres Jogra, con una nueva y frágil coalición, prolongar el actual estado de cosas hasta las elecciones generales, previstas para octubre de 1996, también deberá superar los desafíos que ya surgen en su propio partido, el Laborista. Una nueva generación, bien distinta de la de 1948, a la que pertenecen los que como Peres fundaron el Estado de Israel, está emergiendo. Uno de los dirigentes es Haim Ramón, antiguo ministro de Sanidad y significado reformista del movimiento sindical.
Al desafio de Haim Ramón, que fuentes próximas a los laboristas sitúan en el centro del espectro político israelí, Peres también deberá añadir las maniobras que se desarrollan en su flanco derecho, donde
Avigdor Kahalani, un antiguo general que se opone a realizar más concesiones territoriales a los árabes, pretende capitanear a los duros de los blandos. En los últimos dos meses, Kahalani y otros diputados laboristas votaron en dos ocasiones contra el Gobierno de Rabin, que para salvar los muebles tuvo que aceptar el voto de diputados árabes y de dos derechistas que continuamente han expresado sus reservas sobre el proceso de paz.
A corto plazo nada indica que Israel pueda echarse atrás de los compromisos contraídos, especialmente el que hace referencia a la retirada militar en Cisjordania, que ayer se decidió reanudar tras la suspensión aconsejada por el asesinato de Rabin. Esta retirada militar es un paso decisivo para la celebración, el 20 de enero próximo, de las primeras elecciones democráticas palestinas que decidirán el Gobierno de su flamante autonomía. Pero lo más difícil está por llegar.
El año próximo, cuando se celebrarán las elecciones generales israelíes, será decisivo. Israelíes y palestinos tendrán que pronunciarse sobre el futuro estatuto de Jerusalén, que es la clave de todas las claves; sobre el derecho de los palestinos que viven en el exilio a regresar, y sobre si Yasser Arafat tendrá o no la bendición hebrea para crear un Estado independiente.
Para los amantes de las emociones fuertes aún queda la cuestión de los Altos del Golán, cuya devolución es exigida por el régimen sirio para firmar la paz.
En este campo plagado de minas, y con el Likud con una fuerza electoral similar a la de los laboristas, según los sondeos realizados antes del asesinato de Rabin, Peres necesita adueñarse del centro político israelí, aproximadamente un 20 % del electorado, que es el que decide finalmente el color del Gobierno.
A Peres, al que nadie le niega la visión de futuro, se le exigirá ahora la estrategia necesaria que la mayoría creía percibir en Rabin.
XAVIER BATALLA
TelAviv. Enviado especial