Sábado, 24 Mayo 2003
Desde la guerra de 1967 todos los presidentes estadounidenses, o casi, han tenido un plan para resolver el conflicto entre palestinos e israelíes. Pero aquella guerra, que sólo duró seis días, aún no ha terminado. El conflicto palestino-israelí tiene su origen oficial en 1948, cuando se fundó el Estado hebreo, pero, de hecho, los planes de paz siguen tratando sobre las consecuencias de la guerra de 1967, cuando Israel ocupó Gaza, el Sinaí, Cisjordania, Jerusalén Este y el Golán.
La intervención de Washington en Oriente Medio tuvo hasta 1956 un carácter comercial, basado sobre todo en las actividades de las compañías petroleras. Pero la crisis de Suez, en la que Washington puso fin a la agresión de Gran Bretaña, Francia e Israel contra el Egipto de Gamal Abdel Nasser por el control del canal, cambió la percepción que los estadounidenses tenían de Oriente Medio. Suez significó la retirada británica de la región, en la que Estados Unidos, por su relación estratégica con Israel, se convirtió en el principal protagonista. Y la guerra de los Seis Días, mientras Vietnam resistía, fue la puntilla. Israel se transformó en un aliado imprescindible, los dólares comenzaron a regar el desierto y las relaciones entre ambos países se trocaron en una cuestión de política interior estadounidense. Desde entonces Washington ha sido una fábrica de planes para el conflicto árabe-israelí en general y el palestino- israelí en particular.
William Rogers, secretario de Estado de Richard Nixon, elaboró dos planes, en 1969 y 1970, pero no alcanzó a ver la paz prometida. Henry Kissinger, que le hizo la cama a Rogers, optó por la política del “paso a paso”, aunque tampoco llegó a ninguna parte. El presidente Carter creyó rozar la gloria en 1978, con los acuerdos de Camp David, por los que Israel devolvió a Egipto la península del Sinaí, pero el acuerdo le costó la vida a Anuar El Sadat. Ronald Reagan presentó dos planes: uno en septiembre de 1982, que fue rechazado por el primer ministro israelí Menahem Begin, y otro, en febrero de 1988, que llevó el nombre de George Shultz, el secretario de Estado. Bush, una vez ganada la primera guerra contra Iraq, prometió un nuevo orden y arrastró al primer ministro israelí Yitzhak Shamir a la conferencia de Madrid, pero la paz siguió en el seno de Abraham. Bill Clinton casi logró la cuadratura del círculo, pero el primer ministro israelí Yitzhak Rabin –impulsor del proceso– fue asesinado, el terrorismo palestino se disparó y el acceso al poder de Netanyahu y Sharon enterró el proceso. George W. Bush pretende tener ahora la solución en la “hoja de ruta”, aunque, antes de empezar, ayer ya dijo que habrá que retocarla para tener en cuenta las reservas expresadas por el Gobierno israelí.
Bush tiene un plan, pero, como demuestra la historia, la paz en Oriente Medio necesita algo más que un plan. Todos los presidentes que fracasaron tenían un plan que, además, se basaba en lo mismo, como ocurre ahora con Bush. Desde 1967 todos los procesos de paz han tenido su origen en una resolución de la ONU, la 242, pero esa condición, con ser necesaria, no ha sido suficiente. La resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, aprobada el 22 de noviembre de 1967 y reiterada en 1973 por la resolución 338, exige la retirada israelí y consagra el principio de “territorios por paz”. Pero el redactado de la cláusula operativa 1 (i) de la 242 es polémico porque en su versión inglesa pide la “retirada de territorios ocupados” (“withdrawal of Israeli armed forces from territories occupied in the recent conflict”) y en su versión francesa habla de “la retirada de los territorios ocupados” (“retrait des forces armées israéliennes des territoires occupés lors du récent conflit”). Es decir, la versión inglesa, ante la ausencia del artículo definido “los” (“the”), implicaría que el Consejo de Seguridad sólo pide la retirada de algunos territorios. Por el contrario, la versión francesa, con el artículo “los” (“des”) pide la retirada de todos los territorios. El hecho de que el inglés y el francés sean, por lo menos hasta la guerra de Iraq, los idiomas oficiales y de trabajo en la ONU, ha provocado que la polémica sea interminable.
Los palestinos siempre han sido la piedra con la que se ha tropezado en Oriente Medio. Rogers contó con la comprensión de Egipto e Israel, pero los palestinos no se dejaron. Carter salvó el escollo del Sinaí, pero no le permitieron resolver la cuestión palestina. Reagan se ganó las iras de Begin por proponer un autogobierno para los palestinos. A Bush le pasó tres cuartos de lo mismo. Y Clinton, que tuvo la paz al alcance de la mano, pasó a la historia sin poder hacerla.
El 11 de septiembre ha cambiado la escena internacional. Bush se considera capaz de dictar la paz, Sharon está crecido y Arafat está en las últimas. Pero no sólo de los éxitos se aprende, sino también de los fracasos, especialmente de los más recientes. ¿Qué falló en los acuerdos de Oslo? ¿Por qué se fracasó? Comoha escrito el editorialista de “Financial Times”, “a Oslo no sólo lo mataron los ataques suicidas o la connivencia de Arafat con los militantes. Murió porque los gobiernos israelíes utilizaron los acuerdos como una cobertura para duplicar el número de colonos (en los territorios palestinos ocupados). Como dice (hasta ahora, por lo menos) la ‘hoja de ruta’, Israel tiene que poner fin a la ocupación”.
La Paz no es tener un plan, La Vanguardia 24-05-2003, La Nueva Agenda