El PDS, heredero del Partido Comunista , confía en el miedo de un sector al cambio
Marianne Merkel, en la mitad de los cuarenta años, no es una excepción entre sus compatriotas germanorientales, pero su entusiasmo por la nueva situación política es frío, fruto de la convicción de que el cambio no sólo significará el final del suplicio de Tántalo consumista al que ha estado sometida la República Democrática Alemana (RDA) frente a la opulencia occidental durante toda su historia.
Cuando su hijo, Wolfang, le telefoneó en la madrugada del pasado 10 de noviembre tras haber cruzado el muro, Marianne confiesa que lloró, pero a diferencia de sus conciudadanos no corrió hacia Berlín occidental para recibir los 35 marcos (unas 2.500 pesetas) de “bienvenida”. Tres meses después, sigue detestando el régimen que se hunde, pero afirma que “todos fuimos parte del sistema, al que ayudamos con nuestra pasividad”.