XAVIER BATALLA
DOMINGO, 10 JUNIO 2007
Rusia perteneció a la familia europea cuando las tropas del zar formaban parte de la Santa Alianza, en 1814. Rusia estaba integrada entonces en el concierto europeo, incluso cuando los europeos intervenían fuera del continente, como sucedió en la guerra de los bóxers, en 1900, en China. Y cuando los japoneses vencieron a los rusos cinco años después fue toda Europa la que se sintió humillada por la primera derrota del hombre blanco.
Durante este largo periodo no fue el imperio zarista, sino el otomano, el que separó a Occidente del resto del mundo. Pero las cosas cambiaron de forma radical con la revolución de octubre, que abrió una fosa entre el este y el oeste. La revolución comunista partió posteriormente a Europa y al mundo en dos, pero los manuales de historia soviéticos continuaron glorificando a Juana de Arco, al filósofo italiano Tommaso Campanella o a Diderot. Después, Europa redescubrió el carácter asiático de Rusia. Y el campeón en esta disciplina fue Hitler, que presentó su lucha contra el bolchevismo como un combate entre la civilización y Asia. No por casualidad, los cámaras de Goebbels seleccionaban a los prisioneros rusos con facciones mongolas para filmar lo que, en su opinión, era la auténtica cara de Rusia.
A partir de aquí, la Unión Soviética se convirtió en la anti-Europa. Y las revueltas anticomunistas de Budapest, en 1956, y de Praga, en 1968, confirmaron, a ojos occidentales, el carácter no europeo de la Rusia eterna. Con Mijail Gorbachov la situación cambió. El último heredero de Lenin se distanció de la diplomacia basada en la rivalidad con el oeste, por lo que quiso pasar del mundo bipolar a la casa común. Pero le devoró la revolución que él mismo había desencadenado. Boris Yeltsin, el sucesor de
Gorbachov, fue muy popular entre los dirigentes occidentales, pero no entre los rusos, que vieron cómo la antigua superpotencia perdía comba. Y Vladimir Putin, el sucesor de Yeltsin, es popular entre los rusos, pero no entre los occidentales, que ven cómo la antigua superpotencia trata de recuperar terreno.
Pero ¿qué ha recuperado Rusia? Putin no inspira confianza, a pesar de que Bush dijera que le ha visto el alma y que le gusta. Putin es un autócrata, trata a la oposición a mamporros, a sus vecinos les corta el gas y le tiene una manía a la prensa muy por encima de la media occidental. Pero a Putin no siempre le fallan los reflejos.
Cuando Putin se instaló en el Kremlin propuso un espacio de seguridad europeo único, pero la respuesta ha sido contundente. La Administración Bush se ha desentendido del acuerdo antimisiles firmado en1972; la OTANse ha ampliado por el este y apunta a Bulgaria y Rumanía; Japón está desarrollando un sistema antimisiles con la ayuda estadounidense; las revoluciones se han sucedido en Georgia, Ucrania y Serbia, que Rusia considera su esfera de influencia; la ONU ha propuesto la independencia tutelada de Kosovo, una provincia serbia; estadounidenses y europeos cortejan a las antiguas repúblicas soviéticas de Asia central, ricas en petróleo; y Bush insiste en instalar un escudo antimisiles en Polonia y la República Checa para, oficialmente, vigilar a Irán, no a Rusia. Ahora, Putin ha puesto a prueba a Bush al ofrecerle compartir el radar que vigile a Irán, pero aún no hay respuesta. En la historia rusa hay una larga tradición de dirigentes paranoicos, pero lo peor que le puede ocurrir a quien sufre de manía persecutoria es que le persigan.
Artículo completo: LVG20070610-Manía persecutoria