LA NUEVA AGENDA
XAVIER BATALLA
SÁBADO, 24 NOVIEMBRE 2007
Palestina aún está por partir
El 29 de noviembre de 1947, en una antigua pista de patinaje de Flushing Meadows (Nueva York), la Organización de las Naciones Unidas recomendó la creación de dos estados, uno judío y otro árabe. Un comité especial de la Asamblea General había aprobado un texto en el que proponía la partición de Palestina en dos estados y establecía que el futuro de Jerusalén, que sería administrada por una autoridad internacional, debería decidirse en el plazo de diez años por medio de un referéndum. Una vez recibido el informe del comité especial (documento A/364), el momento histórico le llegó al plenario de la Asamblea General.
Palestina, entonces bajo mandato de un agotado Reino Unido, estaba al borde del precipicio. Y los británicos, convertidos en objetivo de las organizaciones terroristas judías, habían anunciado en febrero de 1947 que pasaban la patata caliente a la comunidad internacional. Durante la Segunda Guerra Mundial, Londres creyó tener garantizado el apoyo de los judíos porque era impensable que dejaran de ayudarle contra la Alemania nazi. Y Londres restringió entonces la inmigración hebrea a Palestina para ganarse a los árabes. Este fue el detonante del enfrentamiento con los judíos, lo que llevó a los británicos a anunciar que completarían su retirada el 1 de agosto de 1948.
Dos horas antes de la sesión especial de la Asamblea General, los representantes judíos fueron advertidos de que las delegaciones árabes preparaban un golpe de efecto para evitar la votación, lo que llevó a la delegación hebrea a contactar inmediatamente con los representantes de Estados Unidos y la Unión Soviética, según ha dejado escrito uno de sus miembros, Gideon Rafael (“Gaining the summit”, Herald Tribune , 29/XI/1997). Y cuando el libanés Camille Chamoun se levantó para decir que los árabes aceptaban un Estado federal, el soviético Andrei Gromyko y el estadounidense Hershel Johnson presionaron para que la Asamblea General votara el texto que pasaría a la historia como la resolución 181.
La aprobación no se presentaba fácil. Era necesaria una mayoría de dos tercios, y a los partidarios de la partición no les salían los números. Filipinas, Liberia y Haití, por ejemplo, habían anunciado su negativa. Pero el milagro se produjo y se superaron los 32 votos necesarios. Cuando le llegó el turno al delegado francés y se oyó un oui , estallaron los aplausos. El aparente milagro se había cocinado entre bastidores. Un grupo de senadores estadounidenses convenció al presidente filipino, que tenía pendiente la concesión de un préstamo. El fabricante de neumáticos Firestone cambió la opinión de Liberia, que dependía del caucho. Y un crédito estadounidense de cinco millones de dólares modificó el voto de Haití.
La resolución 181 recomendó la partición de Palestina en dos estados: uno judío (56,47% del territorio y con una población de 498.000 judíos y 325.000 árabes) y otro árabe (43,53% del territorio y 807.000 árabes y 10.000 judíos). Jerusalén, con 100.000 judíos y 105.000 árabes, fue declarada corpus separatum . La partición fue aceptada por los sionistas (los judíos eran propietarios de sólo el 6% del territorio), pero no por los árabes, lo que reactivó la primera guerra, iniciada de hecho en 1947. Y al día siguiente de la proclamación de Israel, el 14 de mayo de 1948, tropas de Egipto, Líbano, Siria, Iraq y la Legión Árabe de Transjordania franquearon las fronteras del nuevo Estado. Pero el ejército israelí rechazó la ofensiva y ocupó el desierto del Neguev. Una vez finalizados los combates, los acuerdos de Rodas (1949) permitieron que Israel rebañara otros 5.000 kilómetros cuadrados. Es decir, los palestinos, a quienes la ONU había reservado el 43,53% de la tierra, quedaron recluidos en Gaza y Cisjordania, que representan el 22% de Palestina.
En la Casa Blanca también se libró una batalla. Israel fue asistido en su nacimiento por la ideología de los liberales demócratas mientras, en la sala de espera, una parte sustancial de la Administración Truman mostraba su preocupación por el petróleo de los árabes. James Forrestal, secretario de Defensa, argumentó: “Ningún grupo (las presiones sionistas) debería influir en nuestra política hasta el punto de poner en peligro nuestra seguridad nacional” (Forrestal’s Memoirs , 1951). Y George Marshall, secretario de Estado, no se comprometió en público. Pero el presidente Truman les presionó. Benjamin Sumner Welles, subsecretario de Estado con Franklin D. Roosevelt, dejó escrito: “Por órdenes de la Casa Blanca, los funcionarios estadounidenses presionaron directa o indirectamente a los países de la ONU para asegurarse la mayoría” (We need not fail , 1948). Sesenta años después de la resolución 181, la posibilidad de dividir Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe, aún marea a los diplomáticos.
Artículo completo: LVG20071124 Palestina aún está por partir