XAVIER BATALLA
SÁBADO, 24 MAYO 2008
LA NUEVA AGENDA
Rusia siempre ha mirado el mapa con temor, pero ha terminado teniendo la geografía más grande. La ausencia de fronteras naturales y seguras, lo que en parte explica el histórico expansionismo ruso, y la proximidad de Occidente, un vecino que le ha mirado por encima del hombro, han determinado la historia rusa. La geografía ha hecho que Rusia fuera vulnerable en el interior y poderosa en el extranjero. Poderosa, porque, en su búsqueda de fronteras seguras, se amplió sin parar. Pero, como quien mucho abarca poco aprieta, a los zares, fueran blancos o rojos, les quitó el sueño el mantenimiento del control interior. A la Rusia de Putin, ahora ascendido de presidente a primer ministro, también le obsesiona la geografía.
El pasado abril, la OTAN envió un mensaje equívoco a Ucrania y Georgia, dos frágiles vecinos que Rusia considera parte de su esfera de influencia. Un comunicado de la Alianza Atlántica declaró que los dos países “se convertirán en miembros de la OTAN”, pero aplazó la decisión ante la insistencia de Francia y Alemania, que tuvieron en cuenta la oposición rusa. Desde entonces, Moscú ha intensificado sus presiones sobre Georgia, cuyo ejército es entrenado por marines estadounidenses y asesores israelíes privados. El pasado 16 de abril Moscú reforzó sus lazos económicos con Abjasia y Osetia del Sur, regiones georgianas que con la ayuda rusa proclamaron su independencia a principios de la década de 1990, cuando la Unión Soviética desapareció del mapa.
La obsesión rusa con la OTAN no es de ahora. A Boris Yeltsin, el presidente que fue aplaudido en Occidente por la demolición del edificio soviético, no se le podía mentar la Alianza Atlántica. En 1994, cuando Polonia llamó a las puertas del club, Yeltsin se opuso enérgicamente. Pero Polonia ingresó en la Alianza cinco años después. Y cuando las repúblicas bálticas se empeñaron en ingresar en la organización del antiguo enemigo, Vladimir Putin pronosticó el apocalipsis. Pero Letonia, Estonia y Lituania entraron en la OTAN en el 2004.
El malestar ruso se centra ahora en el mar Negro y en el Cáucaso. En el mar Negro, la mayoría de los países ribereños (Turquía, Bulgaria y Rumanía) ya son miembros de la OTAN. Rusia tiene una importante franja costera, pero si Georgia (la región rebelde de Abjasia es ribereña) y Ucrania ingresaran en la Alianza Atlántica el círculo se habría cerrado, lo que dificultaría el acceso de los buques rusos al Mediterráneo. Es más, la flota rusa del mar Negro tiene su base en Sebastopol, en la península de Crimea, que Nikita Jruschov, líder máximo soviético entre 1953 y 1964, cedió a Ucrania en 1954. El presidente ucraniano, Viktor Yuschenko, prooccidental, sostiene que los barcos rusos, según establece un acuerdo firmado por los dos países, sólo podrán permanecer en Sebastopol hasta el 2017. Y el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, ha declarado que Ucrania debería devolver Sebastopol. Es decir, la obsesión geoestratégica rusa no parece un despropósito. No es probable que la OTAN esté preparando la invasión de Rusia, pero Putin, cuando mira el mapa, ve que el único petróleo del mar Caspio que llega a Europa sin pasar por Rusia o Irán es el que suministra el oleoducto que va desde Bakú (Azerbaiyán) hasta Ceyhan (Turquía), pasando por Tiflis (Georgia).
El presidente Mijail Saakashvili, en el poder después de la revolución de las rosas del 2003 y reelegido el pasado enero, también amenaza con vetar el ingreso de Rusia en la Organización Mundial del Comercio, lo que enfurece a Moscú.
Y los rusos tampoco se sienten a gusto con la posibilidad de un contagio democrático. Pertenecer a la OTAN no es la prueba democrática del nueve, pero el ingreso de Georgia y Ucrania sería un desafío para la autocracia rusa. “La nomenklatura no apoya la democracia; tiene miedo a jugar con otras leyes que las suyas, que sitúa por encima de la ley”, ha declarado a Le Monde Andrei Mironov, miembro de Memorial, un grupo de defensa de los derechos humanos.
Georgia y Ucrania no serán la Rusia de Putin, pero aún tienen que aprender. Saakashvili respondió a los críticos el pasado noviembre con el estado de urgencia y esta semana, con motivo de las elecciones legislativas que acaba de ganar su partido, ha sido acusado de fraude por la oposición. Por su parte, el sistema ucraniano es una mezcla de democracia, autocracia y prácticas oligárquicas. ¿Qué temen, entonces, los rusos? ¿No atracar en Crimea? ¿No tener todas las llaves del petróleo de Asia Central? ¿Estar expuestos a un contagio democrático? Putin, nostálgico del mapa soviético, imprime carácter neoimperial.
Artículo completo: LVG20080524-Putin Neoimperial (N.A.)